martes, 21 de abril de 2009

Publicaciones

“Fueros y carlistada”
Mikel Sorauren-Nabarralde
Pamplona-Iruñea, 2008-99 págs.
Tal vez haya sido Echave Sustaeta, director que fue de “El Pensamiento Navarro”, quien primero recuperara y sistematizara, con rigor y utilizando un amplio corpus documental, tan básica motivación de la insurrección popular carlista en un trabajo de tan explicito titulo como “El Partido Carlista y los Fueros” (1915).
La interpretación de la sacrificada lucha de los ciudadanos de varias nacionalidades pertenecientes a la globalizadora denominación de “Las Españas”, alzados bajo la identificación “carlista”, sin embargo no se ha producido hasta tiempo mas tarde, como también la muy generalizada aceptación –ya- de que la cuestión “nacional” en parte importante de los territorios sublevados ha sido siempre causa fundamental, bien por amenaza intuida (1833) en los territorios de Euskal Herria (constante denominación carlista, esta) o como mero sentimiento de identificación en coterraneidad -antiguos países de la Corona de Aragón, y de forma muy especial en Catalunya-, y ya con absoluta evidencia en la tercera guerra tras las agresiones a las libertades forales en 1839 y 1840, y, en general, a la necesaria descentralización. Esa es la reflexión básica del autor: “pienso que la cuestión foral constituye el factor decisivo que posibilitó la guerra carlista en el conjunto de los territorios vascos peninsulares”.
Entendiéndolo así, Mikel Sorauren dedica todo su esfuerzo a justificar tal tesis, y para ello, además de utilizar algunas fuentes archivisticas, declara al final de su trabajo las cuatro referencias bibliográficas en las que, esta vez, ha basado sus conclusiones (“Vindicación del general Maroto”, “Espartero; Historia de su vida militar y política…”, “Memorias para escribir la historia contemporánea de los siete primeros años del reinado de Isabel II”, y la de Avinareta “Memoria dirigida al gobierno español…”), todas ellas desveladoras de los entresijos de los planes para obtener el desfonde del campo carlista mediante la promesa del respeto y preservación del soberanista régimen foral de esos territorios finalmente entregados a “Madrid” mediante el acuerdo de Bergara, no aceptado por la insurgencia carlista de la vertiente oriental de la Peninsula que un año mas se mantuvo activa.
Pero el autor reconduce el conflicto de 1833, en su motivación e intencionalidad primaria –aplicando su particular interpretación- hacia el nacionalismo mas evidente y, hasta al nacionalismo mas radical, siendo, para él, aquel conflicto armado el antecedente mas claro de una, llamemos, “guerra por la Independencia de Euskal Herría”, propuesta muy interesante aunque arriesgada y casi acientifica puesto que el intentar adaptar, según criterios actuales de interpretación e interesado partidismo, un movimiento como el carlista, con motivación básica nacional vasca si se quiere pero no exclusiva, es caer en reduccionismos tan peligrosos como el de aquellos que consideran que los carlistas se alzaron tan solo por defender su religión o, ya rayano en el esperpento, en exclusiva por reivindicar los derechos legítimos de Don Carlos. Fueros, sí -con válida interpretación soberanista-, pero también Comunal, intereses económicos –defensa de fronteras tributarias-, y naturalmente miedo a ataques a lo religioso –Zumalakarregi se crió entre las noticias que venían de la Revolución Francesa-, e incluso, ¿por qué no?, en el campesinado permanecían los rescoldos medievales de los incongruentes, con la soberanía foral, paternalismos reales.
En esta breve recensión de una obra de gran interés para intentar conocer y entender el “fenómeno carlista”, debemos poner de relieve dos apreciaciones del autor con las que estoy totalmente de acuerdo. La primera es la de poner en cuestión el supuesto interés del rey en la primera guerra respecto a la descentralización. Sorauren se remite a Cruz Mayor, que fue Ministro de Estado de Carlos V que acepta la conservación de los fueros vigentes, los de los territorios vascos, pero que “considerará un retroceso desde el punto de vista de la reestructuración estatal la posibilidad de que puedan ser restaurados en la corona de Aragón”, lo que relaciona seguidamente con la opinión de otros personajes, como el cónsul de España en Bayona que minusvalorará el factor foral, “al parecer , por entender que los Fueros rompen también la unidad española”. Inteligentemente concluye Sorauren: “Sorprende, a veces, la coincidencia en este campo entre liberales y absolutistas”. El transcurrir de la historia es un devenir de hechos coincidentes si se mantienen sin rectificación las decisiones que los motivaron, y Carlos V, por pertenencia al absolutismo centralista borbónico extendido a esta parte de los Pirineos en 1700, y manifestado en toda su iniquidad en 1707 y 1714 (algo mas de un siglo antes de la primera guerra carlista) solo hubo de reconocer –respetar- los fueros a instancia de las autoridades forales de los territorios vascos, pero su formación, convencimiento y adscripción familiar no fue nunca muy proclive a lo que las bases civiles y combatientes le exigían.
La otra apreciación es no ya también muy inteligente, sino sagaz, y afecta a determinados “publicistas de historia” que mantienen el decimonónico empecinamiento liberal de adjetivar al Carlismo, con carácter exclusivo, como movimiento “contrarevolucionario” (Canal) y con determinante componente religiosa (Mina), ocultando o negando (Urquijo, entre otros) incluso el decisivo factor de liberación nacional que siempre ha significado la motivación foral, nacional, en una parte decisiva del Carlismo. Sorauren niega la mayor, la existencia de un sentimiento popular revolucionario en cualquier sector de la sociedad española, y así afirma que “en el marco del Estado español no se dio el desplazamiento del poder de ningún grupo dominante, ni hubo colaboración apreciable de las clases populares en el pretendido proceso revolucionario”. No puede haber –y ya lo hemos expuesto por nuestra parte en otras ocasiones- una “contrarrevolución” si no se da una “revolución”, y si tal “revolución” es la centralista liberal, entonces sí que el Carlismo ha de considerares “contrarevolucionario”
Para el autor es muy significativa la polémica suscitada “desde hace dos o tres décadas” sobre la importancia de los Fueros que “como factor primordial del conflicto, permite ver en el mismo un precedente de las tendencias nacionales que surgirán en épocas posteriores dentro de la sociedad vasca”. Y ello “explica el interés que han tenido tales historiadores y analistas en presentar la rebelión como resultado de una simple reacción de fuerte componente regresivo, frente a las imperiosas exigencias de transformación que debían implantarse con la denominada Revolución liberal”, “la forma de hacer política autoritaria y reaccionaria que predominó en la España del siglo XIX, a pesar de que se haya autodenominado liberal”.
Cuando el libro de Sorauren fue presentado en Pamplona en diciembre del pasado año, se publicó una extensa colaboración de Luis María Martínez Gárate en “Noticias de Navarra” en el que se adhería a la tesis expuesta en el libro de Sorauren respecto a que la primera guerra carlista, al menos en los territorios peninsulares de Euskal Herría, significó un despertar nacional expresado en la coincidente defensa de sus libertades forales, y que enlazaba, mediante una persistente política de engaños y de actos de fuerza del poder central, con la indeseada situación de todos conocida. De tal comentario es este párrafo final que no nos resistimos a reproducir: “Nuestro conflicto actual tiene raices muy profundas, que datan de mucho tiempo atrás y que es producto, como ya se ha explicado tantas veces, de conquistas y ocupaciones violentas, pero su acceso a la modernidad se produjo en el siglo XIX y su detonante fueron, precisamente, las guerras carlistas, en las que una vez más, a través de la reivindicación foral, se mostró su inequívoco carácter internacional”, o sea inter naciones, añadimos por nuestra parte, en tanto en cuanto que este Estado actual es el resultado de la coincidencia de varias naciones en un determinado espacio común. Pura y tradicional teoría carlista.
Desde esta orilla, la nuestra carlista, las cosas han estado siempre claras. La realidad nacionalista - gallega, vasca, catalana…, prácticamente todas, excepto la andaluza- así también lo certifica, faltaba solo el reconocimiento historiográfico también nacionalista. Ahora esta breve pero muy interesante obra ya es inexcusable para ayudar desde ese flanco a comprender la innegable y sacrificada contribución del Carlismo a la nueva concienciación nacional de estos pueblos. O.

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