domingo, 31 de agosto de 2008

LA FALACIA NEOLIBERAL


A diario se nos bombardea desde los medios de comunicación masivos con opiniones y declaraciones de académicos, empresarios, políticos de derecha, pero también de PSEudO izquierda, en defensa del modelo neoliberal capitalista.

Es como “Una música constante”, la superpasad de moda de Milton Friedman y los Chicago boys; la estrenó Pinochet en Chile, después Margaret Thatcher, Ronald Reagan, y el resto de la elite mundial sigue cantando la misma canción.

En declaraciones recientes, en la toma de posesión del nuevo presidente de la patronal CEOE, Gerardo Díaz Ferrán dijo que la mejor empresa pública es la que no existe y defendió la externalización de los servicios públicos. Es decir, su privatización. En otras declaraciones la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre (la cólera de Dios) dijo que hay que desregularizar la actividad económica para dinamizarla. Y en un estudio (pagado por un banco) de David Taguas, (director de la oficina económica de la Moncloa) pronosticó la quiebra de la Seguridad Social a corto plazo y propuso el cambio de modelo -del público de reparto, al de capitalización individual- (en beneficio exclusivo de las instituciones financieras. Como ello tiene un coste transitorio para el Estado, propuso la jubilación a los 70 años.

Esta estrategia antiestatal se vincula a la del capital que trata de limitar las intervenciones públicas exclusivamente en beneficio propio, reduciendo el papel del Estado (sin suprimirlo del todo) a las funciones de policía para controlar la población.

La intencionalidad de estos estudios y declaraciones es doble. Por una parte forzar el proceso de privatización de todos los servicios, así como lo poco que queda del “Estado del Bienestar”: sanidad, educación, seguridad social… y desmantelar todo el sistema legislativo de protección, tanto a nivel laboral, sindical, como medioambiental; precarizando las condiciones laborales de la clase trabajadora, para maximizar el beneficio a corto plazo y disciplinar y adoctrinar a los trabajadores en la lógica capitalista.

El discurso neoliberal se basa en la ausencia de normativa, en el Laisser faire” y en que la “mano invisible” del mercado regulará la actividad económica. La teoría dice que los egoísmos privados producirán beneficios públicos. La realidad es muy diferente. Lo que quieren las empresas es un Estado poderoso que organice las cosas de acuerdo con sus intereses a largo plazo. La industria desea ser regulada por un corpus normativo favorable, (Tribunal de la Competencia, Comisión Nacional del Mercado de Valores, Sindicatos domesticados, etc.) porque sabe que si no, será destruida por un exceso de competencia, huelgas “salvajes”, u otras agresiones externas.

Laisser faire”… se supone que aquí nadie planifica nada, solo se actúa por una especie de iniciativa benevolente general y que a unos les va mejor que a otros. Pero de todos es sabido que los hombres de negocios, los funcionarios superiores del gobierno y los principales editores del Mass Media se reúnen. Y no solo eso, también pertenecen a los mismos clubs de elite, han ido a los mismos liceos y acuden a las mismas fiestas. Pasan de un cargo público a otro del sector privado, representan a la misma clase social… sería absurdo pensar que no intercambiasen ideas y planificaran conjuntamente.

Muchas de estas reuniones están institucionalizadas tanto a nivel internacional (FEM de Davos, Comisión Trilateral, Club Bilderberg, Busines Roed Table, y un largo etc.) como a nivel español. Los ministros económicos (Industria, Comercio Infraestructuras), se reúnen con las grandes empresa, corporaciones y bancos y planifican con ellos cuanta inversión ha de haber , donde han de ir las subvenciones pública, cuanto y que se ha de consumir, etc. Esto es muy eficaz, no por mejorar el bienestar de la población, sino por asegurar los beneficios empresariales. Adam Smith, (nada sospechoso de revolucionario) aseguraba que cada vez que se reúnen hombres de negocios podemos estar seguros que están cocinando un plan para perjudicar al público. Los ricos están subsidiados generosamente por el Estado a través de la construcción de infraestructuras públicas faraónicas (AVEs, Puertos, Aeropuertos, Autopistas, etc, etc.) ayudas a la exportación, subvenciones y desgravaciones a la industria, intervenciones diplomáticas en defensa de los intereses “españoles” a Sudamérica, (Repsol, Telefónica, Endesa, BBVA) y “humanitarias” que aseguren mercados y materias primas, rescate de quiebras de entidades financieras (Banesto, Forum Filatélico), ayudas a fondo perdido (1.400.000.000.000 pts.) a las eléctricas por su convergencia en la competencia, publicidad institucional en los medios, así como con una fiscalidad regresiva e impuestos indirectos, con repercusión adversa sobre las personas con menos recursos. Todo en beneficio exclusivo de las elites rentistas.

Mientras, los servicios sociales, la sanidad, la educación pública, así como las infraestructuras de utilización popular pierden peso específico relativo en los presupuestos generales del Estado, con la consiguiente degradación y falta de eficiencia de estos servicios que, en definitiva será utilizada para propiciar su privatización.

La retórica neoliberal es cínica y falaz. Hablar de “libre mercado” está bien en tertulias, editoriales, artículos de opinión etc., pero en realidad nadie lo practica. Desde el “Crack” de 1929 se sabe que el capitalismo de libre mercado no funciona sin un sector público masivo y una intervención estatal en la economía para coordinarla y protegerla de las fuerzas hostiles, es decir, cuando vulnera los propios principios que dice defender y se asegura una legislación favorable y un predominio del capital sobre el trabajo.

jueves, 14 de agosto de 2008

EL IMPERIO

Existe un pensamiento dominante entre los académicos y comentaristas más serios, y que impregna a gran parte de la sociedad (sobre todo occidental), que opina que: a pesar del riesgo de estar gobernados bajo la tiranía de un César, éste es preferible a la anarquía. Así para evitar la anarquía (y el socialismo), Estados Unidos optó por el imperio, y contrariamente a lo que se suele decir, los imperios son la creación deliberada de la sensatez y no una carencia de esta.

En base a este pensamiento, incardinado en la doctrina del “Destino Manifiesto”, las elites estadounidenses creen que Dios ha preparado a los angloparlantes (blancos y ricos), para ser los organizadores del mundo. Los ha hecho expertos en el arte de gobernar y poder ejercerlo entre los pueblos salvajes y seniles.

Bajo una genuina magnanimidad los líderes de los EE UU han aceptado este papel angloparlante (y teutónico), de conquistadores para el bien del mundo, que, curiosamente suele coincidir con las necesidades de los inversores.

El imperio Norteamericano (con la complicidad de la Unión Europea), como el resto de imperios a lo largo de la historia, somete a la obediencia al resto de países, imponiendo gobiernos que abroguen toda legislación social con el objetivo de no dar ninguna ventaja a los desamparados y obligarles a obedecer la “ley natural” del mercado. Aquel que goce desafiarlo será objeto de un bloqueo. Un bombardeo o un derrocamiento encubierto.

Estados Unidos es el amo de la tierra. Está por encima de la ley, lo que no es nada extraño tratándose de un imperio. Invade o boicotea países, sabotea gobiernos, si estos no juegan el papel que les ha sido asignado dentro del sistema capitalista mundial. A saber: ser mercados, fuente de recursos y mano de obra barata para las empresas norteamericanas, así como garantizar la transferencia de beneficios a occidente.

Este imperialismo externo de los Estados Unidos es un reflejo del dominio interno capitalista sobre la misma sociedad norteamericana y occidental. Más que la obtención de beneficios el imperio es un medio de obtener poder, Es muy dudoso que el mantenimiento de un imperio reporte más beneficios que gastos (Estados Unidos es el país más endeudado del mundo), pero mientras los costes los paga la población en general, los ricos se apropian los beneficios.

Para conseguir esta obediencia y consentimiento, necesita de un chivo expiatorio y una retórica que lo justifique, -en esto los sumisos medios de comunicación realizan una labor importantísima- (ninguna minoría puede imponerse a una mayoría, por mucho tiempo, a no ser a través de la opinión).

Esta retórica elaborada por los que detentan el poder, puede ser muy variada y va cambiando en función de las necesidades del momento. Ya sea la propagación de la fe verdadera, la implantación de la civilización, la imposición de la democracia o la guerra contra el comunismo, el terrorismo o el infiel.

A consecuencia de todo ello los norteamericanos son desde el pasado siglo las hordas bárbaras, de la misma manera que lo fueron los ingleses en el siglo XVIII. - XIX.

viernes, 1 de agosto de 2008

TIBET, UNA LUCHA DE AYER Y DE HOY

Con motivo de la próxima celebración de los Juegos Olímpicos en China parece que hay quien ha descubierto ahora la lucha de Tíbet por su libertad.

Nada más lejos de la cruel y dolorosa realidad.

Desde el siglo VIII China viene demostrando su interés por Tíbet, lo que ha dado lugar a unas relaciones bastante complicadas y tensas durante siglos. Desde principios del XVIII hasta que cayó la dinastía manchú en 1911, los chinos impusieron un vasallaje a los tibetanos, quienes teóricamente disfrutaban de libertad. En 1904 los británicos invadieron y masacraron a los tibetanos, quienes en 1950 sufrieron una anexión forzosa por parte de China. Nueve años después la revuelta encabezada por el XIII Dalai Lama, que buscaba la independencia, terminó con miles de muertos y el exilio del líder espiritual y de unos 100.000 de sus seguidores a India y Nepal.

A comienzos de siglo XX pocos occidentales habían entrado en su capital, Lhasa, donde vivía el Dalai Lama que gobernaba de forma teocrática un país casi anclado en el feudalismo. Hay que reconocer que los chinos modernizaron Tíbet, acabaron con el feudalismo e impulsaron la construcción de carreteras, puentes, escuelas y aeropuertos. Pero también desencadenaron una feroz represión que intentó acabar con las prácticas religiosas budistas –la religión mayoritaria de Tíbet-, cientos de monasterios fueron arrasados, se quemaron bibliotecas y obras de arte y se encarceló masivamente a los tibetanos. La lucha del pueblo tibetano viene de hace tiempo, y es la de un pueblo que lucha por ejercer su derecho a la autodeterminación. Por eso llama bastante la atención que haya gobiernos –europeos principalmente- que ahora se rasguen las vestiduras y pidan sanciones contra el gobierno de China. Son los mismos gobiernos que no tienen el menor escrúpulo en mantener relaciones económicas y comerciales con el gigante asiático, pero que ahora quieren lavar su cara protestando por lo que está ocurriendo en el Tíbet desde hace muchos años. Amnistía Internacional ha recordado que China es el país que más sentencias de muerte ejecuta –unas 2.000 al año-, y mediante la llamad “Ley de Reeducación por el trabajo” permite que se detenga sin juicio y se meta en la cárcel a personas que cometen delitos menores. China se ha convertido en una sociedad con profundas desigualdades económicas y sociales, con un partido único burocratizado y envejecido, que tutela un capitalismo feroz que nada, absolutamente nada, tiene que ver con el proceso revolucionario que puso en marcha Mao Tse Tung.

De aquí a que comiencen los Juegos Olímpicos seguirán las protestas, que nosotros apoyamos, pero habrá que ver a que intereses obedecen. No se puede defender el derecho de autodeterminación para Tíbet y negarlo en otros lugares, pues sería una muestra de un cinismo mayúsculo y de un oportunismo totalmente vergonzoso. Hay que denunciar lo que está sucediendo en este pueblo de 6.000.000 de habitantes, la represión en la que vive, tomar medidas que conduzcan a poner punto y final a ello, pero de forma permanente, no ahora solamente. Los Juegos deben de celebrarse, pues el pueblo chino no tiene que pagar la desastrosa política de su gobierno, pero tienen que servir de plataforma para denunciar la política china hacia Tíbet. Cuando acaben se verá quien sigue apoyando la lucha de los tibetanos, una causa que no debe ser una moda pasajera, y quienes se olvidarán de lo que está pasando en el llamado “techo del mundo”, y volverán a ver a China no cómo un país en el que no se respetan todos los derechos humanos, sino un gigantesco mercado.