viernes, 28 de noviembre de 2008

“REALITAT O MITE?. L´HEROICA DEFENSA DE CASTELLÓ”

“Si quieres desmitificar, investiga”. Esa podría ser la consigna de quienes preferimos la verdad a la tergiversación o el mito.

Miralles, que ya nos tiene acostumbrados a sus excelentes trabajos de investigación histórica, aborda ahora la patraña de la “heroica” defensa de la capital de la Plana contra el ataque de los carlistas los días 7, 8 y 9 de julio de 1837.

En 1939, siendo presidente de la Diputación Provincial el carlista vila-realenc Joan Flors García, se ordenó la demolición del –con la estatua de Jaume I- mas conocido monumento conmemorativo de Castelló: el obelisco levantado en el parque Ribalta de la capital de la Plana en honor a ese incidente bélico menor, porque menor y casi anecdótico es lo que fue. El monumento no sería destruido, sino desmontado y conservado en los almacenes municipales, por lo que en 1982 se pudo volver a erigir tras el acuerdo de la corporación municipal que quería reinstaurar una conmemoración que retomara el carácter popular que en un principio tuvo, aunque esto último no ha sido posible ante la indiferencia ciudadana.

En realidad, tanto la motivación para las conmemoraciones que se fueron repitiendo tras la propuesta de un cacique local, el concejal Pedro Gutiérrez Otero, impresor que consiguió la exclusiva de todas la publicaciones oficiales, y que de la nada llegó a ser uno de los 20 grandes contribuyentes de la ciudad - hasta lo mas actual tiene su precedente, ahí está el siempre noticiable Fabra tataranieto de un delator de carlistas-, como la de erigir el excesivo obelisco en el Castellón “nuevo” –hablamos de finales del XIX- cercano a la estación, al hospital, a la plaza de toros…, tenía una descarada intencionalidad política, y que evidentemente fue la liberal y el asentamiento de la Restauración.

Aquél obelisco se alzó en homenaje, según se dice en una placa de las que lo ilustran (dos con “versículos” de la actual Constitución) “a los heroicos defensores de las patrias libertades”. Bien, cualquier obelisco que se precie, y mas si es para hacer “eterna” cualquier hazaña bélica o patriótica, ha de contar con ditirámbicos bronces, pero generalmente, estos, con una cierta medida. Aquí tal “heroicidad” no es que se vea controvertida, es que simplemente no existió. Hubo sí dos bajas, pero fueron del bando carlista.

Miralles, ya lo hemos dicho, desmenuza concienzudamente el engaño cuyo mantenimiento a cualquier sociedad democrática avergonzaria. Los hechos quedan inscritos, como una mera anécdota en la relación de la Expedición Real de Don Carlos V de Borbón para alcanzar Madrid, y quedarían reducidos a unas escaramuzas y aproximación a las tapias de Castellón por las fuerzas de Cabrera, mientras el rey visitaba el convento de San Pascual (patrono de la Real Casa desde el XVII) en Vila-real. Los liberales tocaron a rebato y se produjo un intercambio de disparos en varias zonas de las afueras. Es curioso que el carlista navarro Florencio Sanz Baeza, que formaba parte de la Expedición Real, en su pormenorizado diario (y que reproduce Miralles respecto a esos días), ni tan siquiera menciona tales hechos. Y es por ello muy creíble que fueran eso, meros hostigamientos tácticos dentro de una táctica necesaria en la limpieza de la retaguardia, pero es difícil de entender que teniendo, el Real Ejercito, el objetivo prioritario de llegar cuanto antes a Madrid se distrajera en un objetivo de tan escaso interés como Castelló.

En la no muy extensa bibliografía sobre esa población hay diversos tratamientos de algo para los liberales tan “trascendental”. Así Balbás (“Casos y Cosas de Castellón”, 1884) ni se refiere al “asedio”, aunque si lo hacen otros como Miralles del Imperial que en su Crónica de Castellón (1868) enfatiza en diez líneas el caso, pero que, naturalmente, no puede nombrar ni una sola victima entre los asediados. u hostigados; o Mundina Millalave en su amplia obra (1873) sobre la misma provincia, teatraliza las escaramuzas con gritos y campanas a rebato, aunque tampoco menciona ni a un herido leve.

El obelisco de Castelló, en fin, provoca el recuerdo de determinado monumento también a “héroes y mártires”, aunque en un escenario muy alejado. Se trata del levantado con igual dedicatoria en Monrovia, capital de Liberia. Ese país fue incorporado a los aliados en la primera guerra mundial, y cierto buque alemán que patrullaba por la zona (Alemania tenia entonces colonias en Africa), al pasar ante esa capital disparó un cañonazo que provocó la muerte por infarto de una anciana, y como Liberia no tenía ni héroes ni mártires aquella anciana protagonizó el monumento dedicado de forma tan impúdica como pomposa a los “mártires” de la contienda

Tal vez por solo un elemental principio de decoro, y ya que –el de Castelló- es un monumento muy presentable y de su tiempo, es deseable que se mantenga pero sin que se abochorne a la inteligencia con ninguna falsa y ridícula dedicatoria a algo absolutamente insostenible.

Ya era hora de que un estudio serio, fruto de una inteligente investigación, haya desmontado el ridículo mito de la “heroica” defensa de Castelló contra el asedio de los carlistas.

Josep Miralles Climent, 84 págs., Editat per l´Ajuntament de Castelló, C. 2008

domingo, 23 de noviembre de 2008

NOTICIAS

La semana pasada ha salido el número 33 de “El Federal” del que iremos, poco a poco, publicando en este espacio una selección de artículos.


Igualmente ya están disponibles los calendarios carlistas de bolsillo para el año 2009, así como las participaciones de lotería de Navidad.


Instamos a todos a leer y difundir “El Federal”, así como a adquirir, todos aquellos que lo deseen, los calendarios antes de que se agoten.

sábado, 22 de noviembre de 2008

CRONICA DEL CARLISMO EN VALLADOLID 1833-2007

Se habla continuamente de la necesidad de fijar, de conservar la memoria vivencial de quienes de un modo u otro han sido protagonistas de nuestra común historia, y así, no con la cadencia que sería necesaria, va sucediendo.

Nos encontramos con un libro que, aunque no escrito en primera persona, sí cumple con ese deseado objetivo: acopia datos de todo tipo del Carlismo vallisoletano y, como quien lo hace fue testigo y actor de muchos de ellos, tales datos adquieren ese sutil encanto de lo vivido, algo que se completa de manera muy eficaz con innumerables fotografías especialmente de los años sesenta y setenta del pasado siglo.

Desgraciadamente no hay mucho escrito del carlismo castellano, y así, o no parece contar, o surge en la historia, en las historias, esporádicamente, de forma anecdótica o subsidiaria. Pero ese carlismo silencioso ha contado con figuras muy conocidas, como el famoso Cura Merino, héroe de la Independencia, y otras absolutamente populares y no por ello menos heroicas. Los “Hierros”, la partida de los Hierro, padre e hijos, que tuvieron en jaque a la Guardia Civil durante un largo tiempo, según está reconocido por los propios historiadores del Instituto armado, son uno de los mitos de la entera y heroica historia carlista; o el coronel de los Reales Ejércitos, Esteban Herrero, nacido en Villarramiel, Tierra de Campos (población de larga y antigua estirpe carlista) y que estuvo en la primera guerra y en la de Carlos VII, siendo de los que lealmente acompañarían en los batallones castellanos y junto a los valencianos, los únicos, al rey en Valcarlos. Una historia de entrega que culmina en nuestros días en Julio Redondo, figura emblemática vallisoletana de la silenciosa y sacrificada lucha carlista contra el franquismo.

Son estas relaciones (“relaciones”, hermosa palabra castellana de trabajos ineludibles para la historia) las que deberían prodigarse. Manuel Herrera -también por si mismo figura de la contemporaneidad vallisoletana- ha recogido con detalle toda la existencia carlista en esa ciudad, especialmente desde 1936 a nuestros días, aunque con una primera parte dedicada a la siempre necesaria y conveniente explicación del origen y principales hechos del Carlismo en general. Relaciones de afiliados, registro de actos en el circulo, desplazamiento a otros en diversos lugares, como Lisboa, o a la cita anual de Montejurra (con especial atención al de los asesinatos de 1976), presencia de miembros de la Dinastía legitima, incidencias varias, como las sucedidas en 1978, simple reflejo y consecuencia de la política encaminada al abandono por la presidencia del partido… Todo ello con minuciosas referencias a hechos de la vida cotidiana de la militancia y del circulo carlista de la ciudad del Pisuerga.

Es también muy interesante el libro por cuanto en el mismo se ve reflejada la evolución ideológica de vuelta a sus raíces populares, de concienciación tanto política como social del partido carlista, que hubo de luchar, en esa época de imposición por la dictadura de un determinado régimen y rama monárquicos, con tantas prohibiciones, persecuciones y, lo mas doloroso, con tanta traición a partir de 1976.

¡Ojala se contase, como esta de Manuel Herrera, con relaciones (insisto en la perfecta denominación) de todos los carlismos!. Sí, así, “carlismos”, porque en cada lugar, en cada época los carlismos han sido diversos y la razón de esa fértil diversidad es siempre la misma, que el Carlismo es pueblo y responde a las características, reivindicaciones y anhelos populares de cada lugar. Esa fue siempre su grandeza, también el secreto de su supervivencia hasta nuestros días, pero –y quizás- la razón de sus desdichas propias y la fuerza de su contra ante las venidas del poder.

Manuel Herrero Bravo, 386 págs, Biblioteca Popular Carlista, M. 2008, 15 €