En Kosovo así ha sucedido con la minoría albanesa, de cultura, lengua y religión diferentes a la serbia. Los albaneses fueron acorralados y, en una estúpida persecución, impulsados a ocupar desde la vecina Albania nada menos que el santuario serbio de las esencias patrias, Kosovo. Después vendrían otros intereses estratégicos y económicos, como los de USA y su protegida compinche GB, a quienes un nuevo país “independiente” en esa zona les resultaba muy provechoso, mas aún en un escenario tan interesante para la presencia mediterránea de Rusia como son y serán siempre los Balcanes. Lo demás ha sido fácil y legitimo. Sí, legitimo, porque pese a las invocaciones a los acuerdos de Helsinki sobre las fronteras de Europa, y toda la normativa internacional que se quiera mencionar, la cada día menos precaria –de día en día son mas los reconocimientos- independencia de Kosovo se basa en la definitiva e incontestable razón de la abrumadora voluntad popular expresada en un referéndum que nadie ha podido denunciar como amañado. Mas artificial fue el nacimiento de Yugoslavia, o para qué decir el de Bélgica y aquella sería aceptada y la segunda, aunque con continuo goteo de suero para aliviar su precariedad, pervive.
No es por supuesto el mismo caso el de Kosovo, que mas bien podría encuadrarse en los de Eslovenia o Croacia (también bajo iguales yugos, nunca mejor dicho, del imperio austriaco, la impuesta unidad yugoslava las apetencias rusas) , y que por ello no puede ser excluido de los mismos derechos que los otros pueblos balcánicos ahora plenamente reconocidos por la legalidad internacional pese a que su historia nacional tampoco se encuadra en la de los bálticos –Estonia, Letonia y Lituania- que en un corto periodo de tiempo ya fueron independientes. Todo ello nos lleva a la conclusión de la varia interpretación del derecho internacional que en definitiva ha de adaptarse, siempre, a la suprema razón de la libremente expresada voluntad de los ciudadanos.
¿Ello, de aceptarse sin mas, produciría una indeseable proliferación de naciones impracticables según los agoreros –coincidentes con los enemigos de la autodeterminación de los pueblos- que ante lo de Kosovo han anunciado perjuicios sin fin a Europa por el mal ejemplo y el contagio?. Decididamente pensamos que no.
Quienes así se expresan lo primero que manifiestan es no creer en los “países”, “estados” o “naciones” que dicen defender si permanentemente ven tantos peligros para su continuidad, y en segundo lugar deberían explicarnos cual es su concepto de la democracia como suprema amparadora del inalienable derecho de cualquier ciudadano para elegir como quiere que sea su presente y su futuro colectivo.
Es por ello al menos risible la actitud institucional de gobierno y oposición del actual “reino de España” rompiendo la tradición de reconocimiento inmediato de cualquier nuevo estado surgido libremente y aceptado por una creciente mayoría de potencias democráticas, algo que nuestras relaciones exteriores no hacían desde dos anteriores casos imposibles de comparar con el que estamos tratando: el de la actual Zimbabwe (proclamada independiente por los colonos racistas con el nombre de “Rhodesia” y solo admitida por la entonces igualmente racista Unión Sudafricana), y el de la “Republica Turca” de Chipre, reconocida en solitario por la propia Turquia. En el caso de Kosovo se da también la paradoja de que fuerzas españolas participan en la ocupación del territorio por
Pero realmente lo que está haciendo el gobierno del “reino de España” solo puede calificarse de patético, porque reconoce sin rubor alguno que la independencia de Kosovo puede ser un precedente esgrimible por determinados independentismos, especialmente por el vasco y el catalán. Y eso no puede, no debe ser admitido porque pone de manifiesto una clara inseguridad en cuanto a la fortaleza del propio Estado según su actual composición territorial; solo un Estado sólido, que cuente con la voluntaria adhesión de sus componentes, es un verdadero Estado, y esa entidad política está por encima de la propia Historia pero fuertemente cimentado en la renovada voluntad de pertenencia de sus partes que libremente desean seguir conviviendo en un común proyecto de respeto mutuo. Si un gobierno teme que esa voluntad se puede llegar a fracturar es porque sabe que tal principio inexcusable de respeto e igualdad entre partes no existe o se está sistemáticamente, incluso constitucionalmente, vulnerando.
Inimaginable para un Estado centenario y aparentemente consolidado como debiera ser el del actual Reino de España, pero así es. Su gobierno desconfía de su propia solidez al temer el contagio respecto del ejemplo kosovar. Nunca hubiesemos pensado presenciar ese triste espectáculo de destructivo autodesprecio, pese a que los antecedentes respecto a su sistemática ignorancia, su terror al ejemplo de Québec hacían presagiar esa patética y explicita exhibición de debilidad y miedo.
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