No es fácil encontrar en el concierto de las viejas naciones occidentales un país, un Estado –porque eso es lo que políticamente somos- con tanta precariedad en absolutamente todos sus signos de identidad y, en consecuencia, sin la cimentación que facilite su normal convivencia para el futuro, que es lo que importa, puesto que el presente es solo un anuncio o los cimientos de lo posible, o de lo imposible.
¿Que se puede pensar de un país de oficial funcionamiento democrático con forma monárquica de gobierno impuesta por el testamento de un dictador, en el que varios de sus componentes territoriales, los tradicionalmente mas dinámicos, manifiestan de forma continuada no hallarse a gusto en un marco de convivencia predeterminado por una Constitución elaborada y aprobada bajo el miedo?. ¿Es o no sintomático que ese mismo país aún busque una letra para un himno intentando así, con unas impuestas estrofas, sustituir un sentimiento patriótico ausente?; un país con, al menos, dos banderas igualmente legitimas, porque dígasenos si no lo es también la tricolor de una república democráticamente elegida, defendida igualmente por otros ciudadanos con sacrificio de muerte, y, claro, también dos himnos.
Un país que hasta carece de un inamovible “día de fiesta nacional”. Empezó siendo -cuando la burguesa movida nacional/estatalista del XIX- el 2 de mayo, después el 14 de abril, para dar paso al 18 de julio, y tras varios ensayos y titubeos oficializar el 12 de octubre, fecha, por otra parte, parcial y contestada desde una parte importante de las Españas puesto que si efectivamente conmemora un acontecimiento –el descubrimiento de América- de relevancia universal, durante siglos solo fue cuestión y usufructo de una sola parte, Castilla, por exclusión terminante de
Y respecto del escudo, para qué hablar. Desde el de la monarquía de los austrias, con inclusión de las armas de Portugal cuando Felipe II (el único, hasta hoy, escudo plenamente iberista y confederal), el del prepotente protagonismo de una sola parte –el escudete cuartelado de Castilla y León presidiendo un todo abigarrado o en solitario-, al ecléctico y mas racional de José Bonaparte, con las variaciones coronadas propias de monarquía o república, para llegar al de remembranzas imperiales del águila del franquismo, y acabar, por el momento, en el de ahora que es una vuelta vergonzante al “alfonsino” con custodia honorífica de soldados vestidos de “guiris” de la tercera guerra carlista..
Un país, oficialmente el “Reino de España”, cuyo Jefe de Estado no puede pasear normalmente por al menos dos de sus territorios mas emblemáticos, ricos y desarrollados. Con una Constitución que nadie se atreve tocar por no abrir la caja de los truenos, entre ellos los que puedan afectar al del incierto futuro de “
País constitucionalmente democrático con instituciones básicas, como la de
País precario, de eufemismos y circunloquios, en el que nadie oficialmente se atreve a dar los nombres que a las cosas corresponden, por querer disimular u ocultar realidades siempre aplazadas y cada día que pasa mas difíciles de solucionar. Algo, por ejemplo, notable y descarado en el tratamiento del problema de la territorialidad. Oficialmente existe el Estado de las Autonomías, ¿pero qué es eso?, porque ningún tratado de Derecho Político o Constitucional contempla esa formula de cobarde eufemismo. Y todo por no enfrentarse a algo que desde un principio era conocido por los denominados “padres de
Es terrible que algo, España, resultado de una coincidencia en compartido espacio, con manifestación variada y limites geográficos muy concretos, con una pujanza histórica ya hacia los mares del entero planeta, ya desbordando cordilleras en unión, no separación, con el resto de Europa, en pleno siglo XXI esté dilucidando qué formula puede ser mas adecuada para seguir, y ello en una pugna entre un enquistado poder central y el derecho de unos pueblos a seguir su camino sin renunciar a nada, entre otras cosas, a mantener -¿reiniciar mas bien?- una convivencia hace siglos profundamente deteriorada.
Hoy, como nunca, aflora la precariedad de un país de países desde siempre forzado para mantener su entidad política en un continuado proceso de imposición mediante la destrucción de la identidad de gran parte de sus componentes; el superficial examen de la etapa de Felipe V basta para acreditar lo que acabamos de expresar. El viejo reino de Las Españas fue siempre una ficción mantenida en el marco de una monarquía autoritaria y con la única argamasa de una misma fe religiosa que tras ocho siglos de cruzada llegó a convertirse en exclusiva referencia y razón de unidad no sentida, irreal, y, por ello, siempre provisional.
Como si se tratase de un territorio descolonizado en el siglo XIX, en este XXI se sigue buscando aquí una identidad, y hasta una fecha de nacimiento. ¿Fue el 2 de mayo de 1808, como quiere Esperanza Aguirre para hacer aún mas centro centralista y unificador, inexcusable símbolo de “su” España, al Madrid que gobierna?; ¿fue con
Espectáculo, lamentable por bananero, desacompasado en esta Europa a la que jamás perteneceremos porque la clase política encapsulada en el poder no quiere afrontar, por miedo, una realidad, a la que opone como mecanismo de autodefensa un patrioterismo pueril, ya fuera del tiempo y de la realidad. Una clase política que se engaña retroalimentándose con mitos e invenciones que jamás dieron resultado y que sigue perdiendo día a día la batalla de una convivencia multinacional basada en el respeto mutuo.
Por miedo a la concienciación del pueblo las clases dirigentes durante siglos abandonaron o combatieron la cultura y hoy nos encontramos con una sociedad aculturalizada y fácil pasto de alienaciones y manipulaciones explotadoras. Por miedo también, se ha eludido la contradicción estéril, la eterna precariedad, que es este Estado conocido ahora, en esta etapa, como Reino de España, y que en su propia indefinición pretende seguir auto engañándose y resolver fuera de la racionalidad el gran problema de su propia definición y existencia real.