viernes, 30 de mayo de 2008

LA PRIMERA GRAN ESTAFA


La “dels matiners” fue sin duda la mas interesante de las guerras carlistas. No tuvo una muy concreta estructura militar, se escapó de un previo diseño marcado por la cúpula del partido, quien debería ponerse al frente –Cabrera- remoloneó hasta que no pudo eludir su obligación como capitoste/mito, y en definitiva sería un autentico alzamiento popular vertebrador de los numerosos voluntarios de la anterior que, inadaptados a la paz surgida en 1840, continuaban en armas tanto individualmente como en partidas que se hacían y deshacían acosadas por el ejercito o por la Guardia Civil recién constituida (y comandada en múltiples ocasiones por traidores al Carlismo que perseguían a sus antiguos compañeros).

Aquella rebelión de carlismo “distinto” y que duró de 1846 a 1849, con un rebrote en 1855, tendría como escenario casi exclusivo a Catalunya. ¿Por qué?, pues muy posiblemente por su propia atipicidad, tanto en su ideología no encasillada en la del carlismo primero, con un dinastismo nada exacerbado, religiosidad diluida y brotes de reivindicación catalanista, a lo que había que unir el pacto no escrito con los republicanos, también en armas, incluso en actuaciones conjuntas. Tal fue esa atipicidad que en 1848, y con fecha 10 de mayo, desde Burdeos los oficiales y jefes vascos exiliados y dispuestos a entrar en combate enviaban una carta al rey, a Carlos VI, solicitándole una aclaración sobre la línea política que seguía la Causa, porque la alianza con los progresistas, aunque transitoria, no la acababan de entender. (1)

La guerra, que había mantenido en jaque a numerosos efectivos gubernamentales para la represión de los carlistas (estos nunca serían mas allá de 8.500) concluiría en mayo de 1849 con una sucesión de hechos que parecen como diseñados para una caracteriologia del siempre mitificado carlismo: los días 24 y 25 de febrero serian fusilados el barón d´Abella y otros dos terratenientes mas que se decían carlistas “moderados” y que proponían, para defender sus intereses, el fin de la guerra, acusando incluso de “comunistas” a los voluntarios (la “comuna” de Paris fue el año anterior); el 23 de abril Cabrera abandona, se marcha a Francia y deja a su suerte a los combatientes, seguidamente Carlos VI -¡a buenas horas!- se decide por fin a entrar en Catalunya pero, como les ocurre a casi todos los borbones, es oportunamente descubierto por unos aduaneros franceses que le impiden el paso; la guerra está perdida, aunque pese al mensaje de Cabrera desde Francia para que se entreguen y se acojan a indulto los voluntarios, solo lo hacen y en dos tandas 283, de los que 28 son jefes y oficiales; la desesperada resistencia continúa, y los días 5 y 7 de mayo se producen los últimos combates de los hombres del heroico Tristany en Fornols y de //// en Folquer. La guerra ha terminado, y el general isabelino vencedor es Concha, muerto años mas tarde, en 1874, por los carlistas en la tercera guerra. Como se ve, lo que apuntábamos, la sucesión de hechos de siempre: traiciones, eliminación por los combatientes de ricos “moderados” solo interesados en su hacienda, borboneos inútiles y heroísmo del voluntariado.

“Los años grises del Carlismo”

Así fueron calificados los comprendidos entre 1849, fin de la 2ª guerra, hasta 1868. En ese largo periodo se produjo la fallida intentona de 1855-56, los esperpénticos y trágicos sucesos de Sant Carles de la Rápita (1860) en los que contrastó la dignidad del General Ortega -que fue fusilado por ser fiel a su compromiso- con el zascandileo del Conde de Montemolin que por salvar el pellejo llegaría a acatar a su prima Isabel –aunque ya estando libre denunciaría tal compromiso- pese a no estar en peligro la continuidad dinástica (vivían sus jóvenes hermanos Fernando y Juan, y su sobrino el futuro Carlos VII nacido en 1848) ni su propia vida, ¿quién cree que lo hubieran ejecutado?; después también vendría lo del frívolo Juan III, hasta llegar al mas sólido Carlos VII, pero éste ya era un Austria…

Fue, sí, una etapa “gris”, la primera en la que al Carlismo ya se le daría por acabado: prácticamente no había prensa, desde 1850, y durante varios años, solo se publicaría “La Esperanza”, los veteranos seguían siendo perseguidos por la Guardia Civil (de la que fue Director el general Zaratiegui, antiguo ayudante y biógrafo de Zumalacarregui) obedeciendo ordenes, de entre otros sucesivos ministros de la Gobernación, de González Bravo (en 1869 pasado al Carlismo), o incluso por el propio Ejercito (con distinguidos “pacificadores” como el antes carlista brigadier Llorens); el partido era ilegal, y a su único órgano impreso, el ya mencionado “La Esperanza, se le exigió en 1866 el reconocimiento de Isabel Borbón, y de la Constitución, aparte de otras renuncias como a la violencia, y si no sería suprimido. El carlista era un partido ilegal, clandestino en toda la era isabelina.

La revolución del 68

Aquella decrépita “Corte de los Milagros”, asilo de vividores, e infame cobijo de una monarquía desde hacía siglos ya muerta, mechada de continuas asonadas cuarteleras para obtener grados, y con ejercito de quintas forzosas, acabó como Plutón devorando a sus propios hijos. Unos militares tan corruptos y arribistas como los surgidos tras la francesada, dieron el enésimo golpe militar y la hija de Fernando VII se hubo de marchar a Francia. Nadie lo sintió ni por ella ni por lo que le decían que representaba, pero sí se produjo la alarma general entre las clases bienestantes, es decir, entre los incipientes burgueses de una solo iniciada industrialización, los terratenientes surgidos de las desamortizaciones y el alto clero siempre satelizado respecto al poder.

Gracias a la democratización emprendida por aquél nuevo régimen de monárquicos vergonzantes presididos por Serrano –ex amante de la destronada-, el Partido Carlista fue legalizado, al mismo tiempo que se autorizaba a la Internacional a establecerse en España, aunque el Gobierno Provisional, fiel a su mayoritaria adscripción masónica, adoptaba numerosas medidas anticlericales, absolutamente antidemocráticas de las que tal vez las mas escandalosas sería la de la expulsión de los jesuitas junto con otras ordenes. También -lo que mas incrementó la enemiga de la jerarquía eclesiástica- suspendió el pago del Culto y Clero.

Todas esas medidas de aquél gobierno que a sí mismo se calificaba de progresista produjo el efecto que antes apuntábamos, el miedo, la alarma y misma reacción conspiratoria que siempre ha sido el santo y seña de quienes siempre han estado instalados en la riqueza y el poder en este país. Lo dice con una claridad completa Melchor Ferrer: “Y allí, con los carlistas, fueron a refugiarse los antiguos neocatólicos, que después de haber intentado destruir al carlismo, ahora estaban muy contentos de encontrarlo para poderse acoger a él” (2), y utilizarlo en su exclusivo beneficio, añadimos por nuestra parte.

A partir de entonces la situación del Partido Carlista cambió totalmente. El Carlismo contaba, además, con un jefe indiscutible, el jovencísimo Carlos VII con unas caracteristicas únicas para el buen éxito de los objetivos marcados: buena presencia, ambición e inexperiencia. Perfecto, podía ser maleable y manejable.

El desembarco de figuras, prebostes y jerarquías en el partido fue asombroso, al igual que su instalación en los puestos clave o inmediatos al rey. El primer Consejo de Carlos VII estaba formado por 56 personalidades de entre las que había 22 títulos, además de 12 militares, 2 diplomáticos y 20 escritores y asimilados. Era lógico que se diera esa amalgama, incluso con tanta aristocracia, puesto que se pretendía instaurar una monarquía y estamos en el siglo XIX, pero ¿quiénes eran los consejeros?. Pues había bastantes “conversos” de después del 68, como el marqués de Castilleja del Campo, gentilhombre de Isabel; el conde de Galve, hijo del duque de Alba; el marqués de Alós, con titulo isabelino de cuatro años antes, el marqués de Valdegamas, titulo concedido por la misma Isabel en 1846…, o militares tales como Vicente Diaz de Ceballos que tras la primera guerra reconoció a la usurpación, llegando a brigadier y en 1869 volvió al partido; el diplomático José de Marcoleta, ministro en la embajada de Dinamarca, también pasado al Carlismo tras producirse la Revolución, al igual que José Cavanilles, escritor. Solo nombramos a unos cuantos, pero había mas, como el neocatólico Antonio Aparisi Guijarro, del que ya hablaremos. También otros de una entrega fuera de toda duda, como el general Tristany, pero no estaba debidamente compensado el número de leales respecto del de movidos hacía el partido por la principal razón de volver a una España de “orden”, un orden que era “su” orden, y contra el que habían luchado tantos voluntarios desde 1833, un “orden” que quienes persiguieron y mataron a tantos carlistas ahora veían alterado o en peligro con el destronamiento de su hasta entonces reina.

La situación preagónica del partido cambió a una febril actividad. De una sola publicación –la ya mencionada La Esperanza- se pasó en los años 1868-1871., y según Navarro Cabanes (3), a 141, claro que muchas de vida efímera, y otras mas confesionales que políticas debido al desembarco producido, pero también muchas de indisimulada por autentica fibra como “L´ Ametralladora Carlista” (Valencia, 1871).

Igualmente libros y decenas y decenas de folletos en general exaltadores de la persona y virtudes de Carlos VII

¿Quién pagaba todo esto?, porque paraleladamente se estaba preparando una guerra. Nunca se dispuso de mucho dinero, pero aquellos que se pasaron al Carlismo algo darían para esa campaña de propaganda, aunque no, desde luego, la Iglesia, pese a la ostentosa adhesión de tantos obispos que hicieron del partido a ojos de sus enemigos un autentico baluarte eclesial. Dice Del Burgo: “En Roma, el cardenal Antonelli expresó sus mejores deseos para la causa, pero no aportó nada. Y lo mismo ocurrió con los obispos españoles, casi todos partidarios de Don Carlos” (4)

NOTAS

(1)- “Carlins i bandolers a Catalunya (1840-1850)”,, F. Sánchez i Agustí,, Sallent 1990

(2)- “Breve historia del legitimismo español”,, Melchor Ferrer,, Madrid 1958

(3)- “Apuntes bibliográficos de la Prensa Carlista”,, J. Navarro Cabanes,, Valencia s/a

(4)- “Carlos VII y su tiempo”,, J. del Burgo,, Pamplona 1994

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