Nada más lejos de la cruel y dolorosa realidad.
Desde el siglo VIII China viene demostrando su interés por Tíbet, lo que ha dado lugar a unas relaciones bastante complicadas y tensas durante siglos. Desde principios del XVIII hasta que cayó la dinastía manchú en 1911, los chinos impusieron un vasallaje a los tibetanos, quienes teóricamente disfrutaban de libertad. En 1904 los británicos invadieron y masacraron a los tibetanos, quienes en 1950 sufrieron una anexión forzosa por parte de China. Nueve años después la revuelta encabezada por el XIII Dalai Lama, que buscaba la independencia, terminó con miles de muertos y el exilio del líder espiritual y de unos 100.000 de sus seguidores a India y Nepal.
A comienzos de siglo XX pocos occidentales habían entrado en su capital, Lhasa, donde vivía el Dalai Lama que gobernaba de forma teocrática un país casi anclado en el feudalismo. Hay que reconocer que los chinos modernizaron Tíbet, acabaron con el feudalismo e impulsaron la construcción de carreteras, puentes, escuelas y aeropuertos. Pero también desencadenaron una feroz represión que intentó acabar con las prácticas religiosas budistas –la religión mayoritaria de Tíbet-, cientos de monasterios fueron arrasados, se quemaron bibliotecas y obras de arte y se encarceló masivamente a los tibetanos. La lucha del pueblo tibetano viene de hace tiempo, y es la de un pueblo que lucha por ejercer su derecho a la autodeterminación. Por eso llama bastante la atención que haya gobiernos –europeos principalmente- que ahora se rasguen las vestiduras y pidan sanciones contra el gobierno de China. Son los mismos gobiernos que no tienen el menor escrúpulo en mantener relaciones económicas y comerciales con el gigante asiático, pero que ahora quieren lavar su cara protestando por lo que está ocurriendo en el Tíbet desde hace muchos años. Amnistía Internacional ha recordado que China es el país que más sentencias de muerte ejecuta –unas 2.000 al año-, y mediante la llamad “Ley de Reeducación por el trabajo” permite que se detenga sin juicio y se meta en la cárcel a personas que cometen delitos menores. China se ha convertido en una sociedad con profundas desigualdades económicas y sociales, con un partido único burocratizado y envejecido, que tutela un capitalismo feroz que nada, absolutamente nada, tiene que ver con el proceso revolucionario que puso en marcha Mao Tse Tung.
De aquí a que comiencen los Juegos Olímpicos seguirán las protestas, que nosotros apoyamos, pero habrá que ver a que intereses obedecen. No se puede defender el derecho de autodeterminación para Tíbet y negarlo en otros lugares, pues sería una muestra de un cinismo mayúsculo y de un oportunismo totalmente vergonzoso. Hay que denunciar lo que está sucediendo en este pueblo de 6.000.000 de habitantes, la represión en la que vive, tomar medidas que conduzcan a poner punto y final a ello, pero de forma permanente, no ahora solamente. Los Juegos deben de celebrarse, pues el pueblo chino no tiene que pagar la desastrosa política de su gobierno, pero tienen que servir de plataforma para denunciar la política china hacia Tíbet. Cuando acaben se verá quien sigue apoyando la lucha de los tibetanos, una causa que no debe ser una moda pasajera, y quienes se olvidarán de lo que está pasando en el llamado “techo del mundo”, y volverán a ver a China no cómo un país en el que no se respetan todos los derechos humanos, sino un gigantesco mercado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario