En base a este pensamiento, incardinado en la doctrina del “Destino Manifiesto”, las elites estadounidenses creen que Dios ha preparado a los angloparlantes (blancos y ricos), para ser los organizadores del mundo. Los ha hecho expertos en el arte de gobernar y poder ejercerlo entre los pueblos salvajes y seniles.
Bajo una genuina magnanimidad los líderes de los EE UU han aceptado este papel angloparlante (y teutónico), de conquistadores para el bien del mundo, que, curiosamente suele coincidir con las necesidades de los inversores.
El imperio Norteamericano (con la complicidad de la Unión Europea), como el resto de imperios a lo largo de la historia, somete a la obediencia al resto de países, imponiendo gobiernos que abroguen toda legislación social con el objetivo de no dar ninguna ventaja a los desamparados y obligarles a obedecer la “ley natural” del mercado. Aquel que goce desafiarlo será objeto de un bloqueo. Un bombardeo o un derrocamiento encubierto.
Estados Unidos es el amo de la tierra. Está por encima de la ley, lo que no es nada extraño tratándose de un imperio. Invade o boicotea países, sabotea gobiernos, si estos no juegan el papel que les ha sido asignado dentro del sistema capitalista mundial. A saber: ser mercados, fuente de recursos y mano de obra barata para las empresas norteamericanas, así como garantizar la transferencia de beneficios a occidente.
Este imperialismo externo de los Estados Unidos es un reflejo del dominio interno capitalista sobre la misma sociedad norteamericana y occidental. Más que la obtención de beneficios el imperio es un medio de obtener poder, Es muy dudoso que el mantenimiento de un imperio reporte más beneficios que gastos (Estados Unidos es el país más endeudado del mundo), pero mientras los costes los paga la población en general, los ricos se apropian los beneficios.
Para conseguir esta obediencia y consentimiento, necesita de un chivo expiatorio y una retórica que lo justifique, -en esto los sumisos medios de comunicación realizan una labor importantísima- (ninguna minoría puede imponerse a una mayoría, por mucho tiempo, a no ser a través de la opinión).
Esta retórica elaborada por los que detentan el poder, puede ser muy variada y va cambiando en función de las necesidades del momento. Ya sea la propagación de la fe verdadera, la implantación de la civilización, la imposición de la democracia o la guerra contra el comunismo, el terrorismo o el infiel.
A consecuencia de todo ello los norteamericanos son desde el pasado siglo las hordas bárbaras, de la misma manera que lo fueron los ingleses en el siglo XVIII. - XIX.
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