Sor Juana Inés de
En la sociedad mundial actual, dominada por el imperialismo capitalista neoliberal globalizado, (liderado por los EEUU y apoyado por sus aliados subalternos, UE y Japón) una gran parte de la población se considera superflua y es desplazada, excluida, porque no tiene ninguna función en la creación de beneficios y pasa a formar parte de ese gran ejército de inmigrantes que son concentrados en los suburbios de las grandes ciudades. Una especie de campos de concentración, masificados, con falta de servicios, ni perspectiva de futuro.
Esta situación contribuye a crear en estas comunidades una sensación de desesperanza, con el consiguiente consumo de drogas (que da una sensación de alivio momentáneo a una vida intolerable) y a una conducta antisocial: el delito. Un tipo de violencia interna que consiste básicamente en la explotación mutua entre los pobres. Los ricos están protegidos en sus urbanizaciones elitistas con sistemas de seguridad, guardaespaldas, policía privada etc.
Este tipo de delincuencia se mantiene más o menos estable, pues a pesar de todo lo dicho no ha aumentado (dadas las circunstancias) considerablemente. Lo que sí ha aumentado ha sido la publicidad que de esta violencia se hace en los medios de comunicación de masas. Estos medios –como si de “El CASO” se tratara- tienen espacios y programas especiales dedicados a mostrar casos de violencia de una manera morbosa, incluso los noticiarios – a los que se supone programas más formales- utilizan gran parte del espacio incidiendo en este tema. (“EL CASO” periódico de la época franquista que recogía únicamente noticias de violencia.)
La percepción que hoy en día se tiene de un aumento considerable de esta violencia es sobre todo propaganda, y forma parte de la estrategia del poder para asustar a la gente e imponer medidas de control social. Por supuesto también contiene una verdadera connotación racista y xenófoba, utilizando imágenes y referencias veladas para criminalizar a determinados colectivos: gitanos, negros, árabes, Judíos, musulmanes, ocupas, homosexuales, comunistas, rumanos,… en cada sociedad y momento aquello que más convenga.
La mejor manera que tiene el poder para controlar a la población es imbuirlos el miedo. Si hay un enemigo a combatir la gente abdicara de reclamar sus derechos, aceptara la represión, tolerara guerras “preventivas”, ocupaciones “humanitarias”, imposiciones “democráticas”, etc. De la aceptación por la mayoría de la sociedad alemana de estas falacias e irracionalidades se impuso el nazismo. Si el poder puede hacer sucumbir a la gente en tal irracionalidad, ya tiene el camino libre para recortar las libertades y justificar la violencia para reprimir la disidencia y las luchas populares con la excusa de combatir el terrorismo, el comunismo, o imponer la democracia.
La mayor parte de la violencia en el mundo proviene del poder, ya sea este económico, político o corporativo, aquello que se conoce como “establishment”. Si se atribuye a los revolucionarios y todo tipo de movimientos rebeldes es porque al sentirse atacados, se defienden mediante la violencia.
Cosas que aparentemente no son violentas pueden volverse violentas si cuestionan el “Statu Quo”. Cuando defiendes tus derechos, invades parcelas de poder, y las personas poderosa protegerán violentamente su poder contra las personas que tratan de obtener derechos elementales.
Eso ha sido una constante a lo largo de la historia -desde el establecimiento de las teocracias hasta hoy día. Millones de personas han sido desterradas, encarceladas, torturadas, asesinadas, por luchar por sus derechos, la libertad, la justicia o mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Haya sido la lucha contra la esclavitad, el feudalismo, el absolutismo, el imperialismo, la independencia o por la defensa de los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales.
Los poderosos siempre encuentran una justificación para defenderse con la violencia.
Hablar de no violencia resulta políticamente correcto, pero no podemos tomarlo como un principio absoluto, porque la defensa de los derechos a veces exige la violencia, y es utilizada o no en función de los propios valores morales.
Así las cosas, hay que encontrar la manera de trascender la violencia, porque en la medida que los movimientos populares tengan que defenderse mediante la violencia, esta tiene un límite: el mantenimiento del carácter popular y democrático en el sentido profundo del término.
La esperanza radica en última instancia en una toma de conciencia –ser capaces de renunciar a parte de los privilegios de los que disfrutamos en el Primer Mundo- para solidarizarnos e implicarnos en la suerte de los excluidos, explotados y agredidos a nivel mundial.
Sin la implicación y el apoyo desde dentro de los países imperialistas no hay esperanza de solución a ninguno de los conflictos i agresiones que padecen las poblaciones del Tercer Mundo. Y también las del Primero.